Llevo un largo rato delante de una pantalla, pensando en mis recuerdos, que no es lo mismo que recordar: ese fue el paso anterior.

Por una estraña razón, hay momentos en la vida que se hacen eternos. Pero, extrañamente, sólo son eso, momentos: una décima que dura una mirada, un segundo durante el que cae una lágrima, el placer de ver una sonrisa después, el minuto que puedes tardar en marcharte después de decir adiós.

Parace contradictorio hablar de eternidad y de finitud. Mezclar tiempo con atemporalidad. Pero es que, realmente, esos momentos quedan clavados en nuestra mente, en nuestra memoria, y puedes recrearlos una y otra vez, sin cansarte, adentrándote en ellos.

Quizás no sea recomendable adentrarte en el pasado. Pero hay momentos que dan calor, da igual que estén en nuestra mente, como en la realidad. Proporcionan una buena ración de sonrisas incontrolables, aún estándo solos o en el bus camino de ese sitio al que llamamos hogar. Sinceramente, da gusto acordarte de esos recuerdos que antes eran sueños.

Cuando se está solo no hay mayor placer que el recuerdo, pero si no se está... el momento es un preciado presente que puede ser un perfecto recuerdo, mañana.