Fue sutil, como el agua al derramarse. La encontré en el momento menos esperado, cómo un charco debajo del pié. Una vez dentro, se hizo notar, como un vaso al romperse; y fue inolvidable, como la primera palabra de un bebé...

Una vez la vi en una astilla de madera, penetrante, acusadora e implacable. La recuerdo bajo la luz de la luna, del sol, de unos focos... y hasta sin luz. Nunca he necesitado verla, sabiéndola ver. Una vez, digo siempre, la sentí acompañado, y nunca me ha hecho compañía cuando nadie más lo hizo. A veces llega susurrándole a mis pelos, poniéndolos en pie y haciéndolos suplicarle volver. A veces llega a lo grande, haciéndome llorar e invitándome a no parar. Siempre que llega, me inunda, y me deja una señal que se va difuminando, conforme abro los ojos. Quisiera poder dejarlos abiertos, verla, sentirla y poder pensar en otra cosa sin olvidarla.

A veces solo me queda su recuerdo, en varios momentos, y a veces es imposible encontrarla, aunque quiera, aunque piense, aunque recuerde, y aunque llore. Hay momentos en los que a unos les inunda tanto que no necesitan más en la vida, y a otros les falta mucho hasta para poder tener ganas de vivir.

La felicidad es así. Viene, va. A veces se deja ver, y amenudo no. A veces se queda para un tiempo, y amenudo no. A veces te hace comerte el mundo, y a veces te hace ver cómo se deslizan tus lágrimas bajo una falsa sonrisa.

Quién sabe, quizás llegue alguien que me la presente, y haga que se quede conmigo un tiempo. Hasta ahora solo he aprendido a ser feliz con la felicidad de los demás, pero ninguna de ellas me pertenecía, ni iba destinada a mi. Necesito volver a sentir ese calor, esa seguridad y ese no necesitar nada más.


Y tal como entró, se fue. Sutil, cómo el hilo al salirse de su aguja, sin avisar, de repente. Y dejó un hueco relleno de recuerdos de nostalgia esperanzadora.