Cuando los miedos se derramen por tus ojos en forma de lágrimas, de esas que duelen y empiezan a llorar de lo que han visto de cerca. Cuando los secretos de tus latidos le ganen la batalla a tus labios, rompiendo el silencio y algún que otro corazón que intentó hacerte daño y romper el tuyo. Cuando tus sonrisas se conviertan en cataratas directas al vacío de tu alma, vacía de darlo todo y no recibir nada. Busca mis ojos.

Mírame fijamente y respira. Grita lo más fuerte que puedas y enséñame tus demonios, que ni ellos podrán soportar el fuego de mis ojos si confías en mi. Entra y tráelos, que se verán las caras con mi alma, que no puede ser si tú estás así. Pero entra con cuidado, no quiero hacerte daño. Yo también guardo los míos aquí mientras me enseñan los dientes antes de vencerlos cada vez que debo superar mis miedos. Así que míralos de frente, que yo te protejo, y hazlos tuyos. Solo hazlos tuyos, no los expulses, no los guardes donde no puedas verlos, no. Déjalos ahí, en el borde de tus ojos, que la oscuridad de tus pupilas sea su prisión. Y supera tus miedos, haz que tus lágrimas te limpien por dentro y tus latidos vuelvan a contar secretos. Pega tus labios a los míos, que yo los convierto en sonrisas, y arde. Prende tus ojos y haz que esa prisión sea tu mayor victoria, la victoria de quien amó y siguió amando.

Busca mis ojos,
solo eso.