Y mirando al horizonte, de esos que solo relucen así cuando algo importante va a pasar, saltó al vacío aun sin saber que le deparaba ese oscuro lugar. Paredes negras llenas de grietas, como si de heridas se trataran, vestían algo vivo. No era un foso sin más, era uno de los sitios más temidos por el hombre. 

Pero ella no era así, ella sabía lo que había allí porque fue ella misma quien lo encerró. Fue ella quién sufrió las marcas que iban encontrando al bajar, miles de ellas, por mantener tanto tiempo a esos demonios ahí abajo. Y es ella quien está saltando, a corazón descubierto, a por todas, ya sea para bien o para mal.

Pero un salto así no suele darse solo, y es por eso que en cuanto sus pies despegaron del suelo, de su corazón salieron motivos por los que ganar, y ganas de volver, de besar, de abrazar y de querer. Y es por eso que mientras caía veía negras las paredes, pero nadie podrá saber jamás el rojo intenso que dejaba tras de sí, como lucen los corazones cuando quieren algo de verdad. Salvo quien estuvo para recibirla, no invicta, pero si vencedora, de una batalla más con sus miedos. Y fueron esos los que fueron arma y coraza, y los que formaban las luces del horizonte.